martes, 3 de noviembre de 2015

LOS PERROS DEL REY (KOLDO LANDALUZE)



LA NOVELA: Los perros del rey es la tercera novela del periodista Koldo Landaluze. Acción trepidante e intriga en un relato de ficción, pero con acontecimientos reales como telón de fondo.

La novela nos lleva, entre otros escenarios, a algunos pasajes poco conocidos de la historia de Euskal Herria, como la participación de voluntarios carlistas en la Guerra de Secesión de Estados Unidos.




Su tercera novela: acción trepidante e intriga en un relato de ficción, pero de nuevo con acontecimientos reales como telón de fondo. ¿Por qué esas referencias históricas?

Todo comenzó cuando topé en un mercadillo con un ejemplar de “Noticias de la Segunda Guerra Carlista” de Pablo Antoñana; en lo que él denomina “Epiloguillo” lanza una especie de reto en el que invita a desarrollar una historia habitada por personajes que participaron en aquella contienda. Asumí el reto por el aprecio que siempre he tenido a la familia Antoñana y porque me sedujo la idea, y lo transformé en un juego literario. El juego dejó de ser tal cuando la propia historia marcó las pautas de la trama y ello me obligó a ser honesto con los episodios reales y, sobre todo, con los personajes.

"Los perros del rey" nos llevan, entre otros escenarios, a algunos pasajes poco conocidos de la historia de Euskal Herria, como la participación de voluntarios carlistas en la Guerra de Secesión de Estados Unidos... ¿Qué le condujo a ello?

Hace varios años surgió cierta polémica en torno a un artículo publicado por un historiador en el cual se aludía a la presencia heroica de batallones enteros de carlistas en el bando confederado del general Lee. Ese artículo, vitoreado por los sectores más ultraconservadores, fue respondido en diferentes foros como falso y, mediante pruebas documentales, se demostró que la presencia de combatientes de la Primera Carlistada en la Guerra de Secesión fue real, pero en un número y grado de presencia heroica muy inferior al señalado en el citado artículo.

Una novela de estas características implica, además de la actividad narradora, un trabajo profundo de documentación histórica... ¿Qué acaba pesando más en la obra final?

La documentación histórica supuso un auténtico quebradero de cabeza porque tuve que desechar algunas secuencias que eran muy atractivas pero no cuadraban con las diferentes épocas en las que se desarrolla el argumento. Por contra, aparecieron otras ‘excusas’, sobre todo una misteriosa anécdota que me narró Hugo Pratt (creador de Corto Maltés), que ampliaron el horizonte de la trama. Digamos que al final logré un equilibrio entre lo que aparece en los libros de historia y ese tipo de crónicas que rara vez aparecen en ellos.

Nos presenta personajes perdedores, que caminan errabundos en los destinos del exilio, la guerra, los servicios a un rey ingrato, la fatalidad... ¿Dan más juego para la creación ese tipo de perfiles?

Sí, porque son personajes acorralados, perros salvajes. Su propia conducta primitiva se basa en un código básico, la amistad, y ello les otorga el rango de supervivientes, pero eso no impide que cada cual, y siendo fiel a su conducta extrema, tropiece con motivos que cuestionan su credo. Disfruté mucho diferenciando los perfiles de estos personajes.

El destino empuja a los protagonistas de la historia al encuentro con una misión enigmática cuyo origen se remonta siglos atrás. De nuevo la historia pero con tintes casi esotéricos...

Toda la novela es en realidad un juego que funciona dentro de unas coordenadas en las que se dan cita el misterio, lo esotérico y lo que Joseph Conrad vislumbró al final de “El corazón de las tinieblas”. He leído infinidad de tratados y novelas relacionadas con los templarios y, sin duda, en lo que más tiempo invertí fue en dotar al enigma templario de una lógica que muchos ocultan detrás de divagaciones sin sentido.

Tampoco faltan las referencias políticas que nos conducen hasta los escenarios sinuosos de canales y callejones lúgubres de Venecia... ¿Por qué esa ciudad?

Porque la primera imagen que me vino a la mente fue la silueta de tres tipos con txapela, enfundados en abrigos negros y cruzando un puente veneciano en plena noche nebulosa. Después supe que Venecia fue una parte importante de la corte carlista afincada en el Palacio Loredan, y más tarde añadí el relato de Pratt. Venecia aporta ese grado de magia, misterio y coartada histórica que requería la novela.

Sus obras son muy "visuales". ¿Existen influencias de otras disciplinas como el cine, la novela gráfica...?

Sin duda. Mientras escribía visualizaba rostros, ropas, escenarios y escuchaba los sonidos y voces que acompañaban a esas escenas. También quise imprimir un ritmo vivo, no quería perderme en detalles ínfimos que solo sirven para rellenar páginas. Mi gran reto fue resumir conductas y escenas asociadas a la novela histórica mediante un estilo próximo a la novela negra.



ADELANTO DE LA NOVELA:

Xabier de Alzama se gira y entre los pasajeros que han abandonado los sollados para disfrutar de los beneficios de la suave brisa topa sobre cubierta con un grupo que no difiere en exceso de la pareja de delfines: doce hombres juramentados en un avance interminable del que jamás renegarán y que únicamente dejarán a su paso una tímida estela que el tiempo o el olvido se encargarán de borrar para siempre. Tampoco las aspiraciones de gloria de estos hombres van más allá, porque nunca han sido amigos de medallas y siempre han desconfiado de los oficiales extranjeros que estrecharon sus manos y les otorgaron todo tipo de elogios tras salir airosos de una misión solo apta para suicidas o estúpidos que jamás habrían aceptado acometer semejantes empresas.

En cierta ocasión, un general de la Unión se dirigió a ellos llamándoles «mis bravos jabalís». «La madre que lo parió –medita Alzama–, jabalís... ¡Qué coño jabalís, somos perros! Salvajes, olvidados y sin rumbo, porque la lluvia ha borrado el rastro de nuestros orines y tan solo nos queda tantear nuestro regreso a algo que se atisba en el horizonte y que se supone hemos de asumir como hogar. Ahora que el primer y segundo amo no requieren de nuestros servicios, exigimos al tercero que sea capaz de ganarse nuestro aprecio, palmee afable nuestros lomos, nos cautive con sus palabras y sea lo suficientemente listo para saber azuzarnos como Dios manda y como se le presupone a un buen rey. Solo entonces la jauría atacará sin cuartel al desgraciado jabalí y a quien se ponga por delante. Palabra de perro».

Un tanto sorprendido consigo mismo, Xabier de Alzama esboza una sonrisa tras dar por finalizado este parlamento absurdo y desquiciado que, en su foro interno, ese que cada día alberga más sombras y fantasmas, no ha merecido aplauso ni vítor alguno. Qué mal consejero es el tedio.


Reunidos en corro y ajenos al resto del pasaje que viaja a bordo del “Styria”, la docena de carlistas hacen circular cigarros y comparten recuerdos. El futuro tan solo se asoma cuando los más jóvenes preguntan a los veteranos las habituales cuestiones relacionadas con el destino que les aguarda en cuanto pisen tierra firme.

De los doce solo cuatro han formado parte de aquel primer Batallón Erentzun que luchó en la guerra que dividió a carlistas y cristinos entre 1833 y 1840, y sobre ellos recae la obligación de dar algo de luz a esa incógnita.

Sus semblantes son el fiel reflejo de lo que han vivido durante estos largos 26 años de exilio transcurridos desde que tuvo lugar el funesto abrazo que escenificaron en Bergara los generales Maroto y Espartero; rostros surcados por profundas arrugas y cicatrices, un conjunto gobernado por miradas penetrantes y un ceño fruncido constante que inspira temor a quien, por primera vez, los observa sin prestar excesivo detenimiento. Una sensación que varía por completo en cuanto los veteranos rompen su habitual mutismo y mencionan ese territorio vasconavarro que se rebeló contra el poder absoluto del reino de España y que, por causa de ello, ha de pagar muy caras las consecuencias de semejante afrenta. Es entonces cuando el temor que inspiran estos hombres se asemeja a una de esas baladas cargadas de melancolía que tan bien interpreta el bardo Iparragirre.

–Tu padre te quería.

Isidro Muñiz se ha acercado hasta su posición, esboza la sonrisa constante que se ha instalado en su rostro desde el mismo día en que se ofreció a la comunidad carlista la posibilidad de permanecer en Idaho o retornar a Navarra.

–Nunca lo he puesto en duda –responde Xabier–. Supongo que padre tenía una forma muy particular de mostrar su cariño.

–Tal vez deberías considerar el sacrificio que asumió en su empeño por velar por todos nosotros y el pago que ello suponía.

–Supongo que me asiste el derecho a juzgarlo como un buen militar y un mal padre.

Dicho esto, el hijo de Miguel de Alzama escupe un brizna de tabaco y opta por dar un nuevo rumbo a esta conversación que comienza a desagradarle.

–Dígame, páter, ¿qué hará usted en cuanto pisemos tierra?

Cuando escucha estas palabras, una luz ilumina la mirada del cura.

–Aguardar nuestro momento, hijo mío... Aguardar pacientemente a que don Carlos VII señale la hora de alzarse de nuevo contra los extranjeros.

–¿Todavía cree que ello es posible?

–Naciste y te criaste fuera y por eso te resulta difícil comprender, pero ten por seguro que más pronto que tarde acontecerá.

–Tampoco padre se aplicó en exceso en este cometido. Tan solo hablaba de hipótesis y la certeza de una tierra. Supongo que este ha sido su legado, la pasión con la que hablaba de Navarra y del resto de las provincias hermanas.

–Zanjemos esta cuestión añadiendo que, tal vez, tu padre era en exceso reservado. Amaba demasiado a nuestra tierra y ese fervor le llevó a sacrificar su vida y todo cuanto poseía por proteger los viejos fueros que tantos celos despertaron en Madrid. Xabier, tu padre abrazaba un ideario que iba más allá de las meras pretensiones que abanderaba nuestro monarca Carlos V porque para él, quien de verdad merecía ser coronado fue el general Zumalacárregui. Tu padre compartía esa idea díscola y un tanto peregrina de las diputaciones vascas, que consideraron la idea de coronar a nuestro general en Navarra y convertirlo en rey de los vascos.

En ese momento, a Xabier le resulta curiosa la perspectiva que otorga la muerte, porque mientras las palabras del cura se pierden en la nada, la mención de su difunto padre ha devuelto a su mente una secuencia que ha permanecido arrinconada durante años entre sus primeros recuerdos; él, niño, montado a lomos del coronel mientras correteaba por las llanuras de Cuchilla de Yucutujá. Una instantánea vivida en ese tránsito que fue para la comunidad exiliada la Guerra Grande que tuvo lugar en Río de la Plata y en la que, con soldada de mercenario, participaron los hombres de Alzama.