viernes, 20 de mayo de 2011

ENCUENTRO DE ESCRITORES NAVARROS EN MADRID

Artículo publicado el 19 de mayo de 2011 en el Diario de Navarra. Redactora: María Antonia Estévez

Si el año pasado fueron los poetas navarros los que se congregaron en el primer encuentro Navarra. Muestra de Literatura, este año han sido los novelistas quienes tuvieron la voz cantante. La cita fue en la Biblioteca Nacional y allí, los cuatro protagonistas, Reyes Calderón, Julia Montejo, Juan Gracia Armendáriz y Manuel Hidalgo, presididos por el profesor José Luis Martín Nogales, fueron desgranando ante el público que llenaba completamente el gran salón de actos de la Biblioteca, su quehacer literario. El organizador de estos ciclos, Salvador Estébanez, delegado del Gobierno foral en Madrid, adelantaba en la presentación del acto que no se trataba de hablar de literatura navarra, que sería pretencioso. El que los escritores sean navarros no configura su literatura, pero sí creemos que es interesante escucharles en un mismo acto porque comparten en su origen un espacio sociocultural que, al menos mínimamente, nutre su trabajo creativo y facilita la comunicación entre ellos.
Yo era un niño invisible y quise hacerme notar. Empecé a escribir porque quise llamar la atención de mis mayores y sospecho que esta obsesión no me ha abandonado del todo confesó de entrada Juan Gracia Armendáriz, que reapareció en Madrid revitalizado tras su muy reciente trasplante de riñón. Yo escribo para comprender, aseguró por su parte Julia Montejo, que tiene firmado un contrato con la Twentieth Century Fox para dirigir un cortometraje sobre un guion suyo próximamente en Brasil. Reyes Calderón escribe porque no puede parar de hacerlo a pesar de que tiene una vida inundada de quehaceres como docente de Economía en la Universidad de Navarra, como decana de su facultad, como consejera de la Corporación Pública Empresarial de Navarra, como profesora visitante de la Sorbona y Berkeley y, además, con sus nueve hijos correteando por casa... Siempre encuentras un hueco cuando quieres realmente hacer algo. Y yo quiero escribir, confiesa con firmeza.
A Manuel Hidalgo, que lleva varios meses prácticamente desaparecido dedicado a la preparación de un próximo libro suyo sobre Navarra que se presentará a primeros del mes que viene en el Museo Lázaro Galdiano, le interesa la realidad para reflejarla y violentarla algo, a ver qué pasa. Lo mío es el realismo, un realismo anclado básicamente en la tradición cultural española pero corregido por influencias realistas foráneas, como la italiana, como la americana. Y enmendado también por su peculiar manera de narrar la realidad. Con humor, por ejemplo. Con ternura, por ejemplo, que le traiciona cuando está a punto de resultar ácido y duro, para encontrar siempre ese punto de compasión y comprensión. Hidalgo aventuró también sus consejos, cuidado con los finales sorprendentes, para confesar a renglón seguido su debilidad por ellos.
Si a Reyes Calderón le apasionan las historias judiciales, seducida como anda por esos personajes, la jueza MacHor y el inspector Iturri, que la siguen fielmente de relato en relato, (Yo creo que son ellos los que me enganchan a mí. Hay veces que intento ponerles una frase en la boca y no se dejan. Creo que tienen propia vida y lo único que hago es verlos crecer desde fuera), a Juan Gracia, columnista de Diario de Navarra, lo que le interesa es colocar a sus personajes en situaciones límite. Tengo el convencimiento de que tanto en la vida como en la literatura las personas somos capaces de encontrar en nosotros fuerzas que desconocemos.
Esa idea de la vida como deporte de riesgo le impulsó a publicar en 2010 el Diario del hombre pálido que da fe de su experiencia de la enfermedad que le tuvo conectado a una máquina durante los últimos tres años en una sala de hemodiálisis. Con este libro encontré que la literatura no es una herida más o menos luminosa o siniestra, como quería Roberto Bolaño, sino una muleta, un vendaje, una férula. Entiendo la escritura como un acto de afirmación que otorga, acaso sin pretenderlo, una dirección al caos azaroso de la existencia.
Julia Montejo piensa que la literatura da alas para volar y soñar. Ofrece ventanas al mundo, caminos insospechados y es, sin duda, la única fuente que yo conozco para hacernos verdaderamente libres. Y yo aspiro a que mis libros ayuden siempre a construir las alas que permitan volar a mis lectores. También hay una cierta intención terapéutica en la literatura de Hidalgo. Mis personajes hablan de las cosas que pasan en la vida, de la dificultad de elegir entre opciones con las limitaciones propias de cada uno, con el nervio de las pasiones, y con el aleteo de que toda elección debe implicar una decisión moral aceptada. Sobre todas estas cuestiones sobrevoló el coloquio que siguió al acto. Entre los navarros de Madrid que llenaban la sala se encontraban varios colegas de los novelistas presentes, escritores, poetas.
No hay movimiento literario en estas décadas en la novela española en el que no esté presente algún escritor navarro muy representativo. Así comenzó su introducción José Luis Martín Nogales, profesor de Literatura y director de la UNED en Pamplona y novelista él mismo (La mujer de Roma), crítico literario de Diario de Navarra y organizador del Premio Vargas Llosa NH de Relatos.
Desde los años 40 con Rafael García Serrano y la novela de la guerra a la obra de Félix Urabayen, pasando por Angel María Pascual, las escenas costumbristas de José María Iribarren o los relatos de Angel Atienza, Martín Nogales fue llevando al público a una realidad no siempre percibida como tal incluso entre los propios navarros. Cuando la novela española da un giro a mitad de siglo y se impone la novela social convertida en testimonio y denuncia, en Navarra aparece Pablo Antoñana, el más faulkneriano de los escritores navarros, y junto a él, el burladés Angel Zúñiga, el tafallés José María Cabodevilla, que se inició en la novela y emigró al ensayo, y nombres como Karmele Saint-Martin, que publica novelas y varios libros de relatos, o a Rafael Uríbarri y José María Sanjuán: finalista y ganador del Nadal. Llegan los aires renovadores a Navarra con el pamplonés Germán Sánchez Espeso y sus novelas experimentales. Después, la promoción de escritores que comienza a escribir alrededor de la Transición, como Miguel Sánchez-Ostiz y Manuel Hidalgo. También Ramón Irigoyen y J. J. Benítez, que ha cultivado con éxito el género de los best sellers. Entran nombres como Jesús Mauleón, Víctor Manuel Arbeloa, Patxi Larrainzar, Javier Eder, Javier Mina y Pedro Lozano Bartolozzi. Una generación se incorpora hacia el cambio de siglo con Fermín Goñi, Daniel Bidaurreta, Jesús Carlos Gómez, Juan Gracia, Fernando Chivite, Javier Gúrpide, Blanca Sanz, Javier Díaz Húder, y más recientemente, Eduardo Gil Bera, Ignacio del Burgo, Reyes Calderón, Julia Montejo, Ismael Martínez Biurrun, Roberto Valencia...
Martín Nogales aludió a otras tendencias importantes en la novela navarra. Hay tres nombres navarros claves en la literatura infantil y juvenil: Lucía Baquedano, Jesús Ballaz y el corellano Ramón García Domínguez. Se refirió también a las novelas escritas en euskera por Aingeru Epaltza, Jokin Muñoz y Patxi Zabaleta.

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